Bután (ó Bhután), ese susurro de Shangri-La entre la inmensidad de India y China, se despliega en octubre con un esplendor reservado para aquellos sedientos de misterio y belleza intacta. En esta tierra, el Himalaya no solo separa geografías sino que teje conexiones profundas con el espíritu de sus gentes y su ancestral legado. Aquí, las montañas nevadas se coronan bajo el cielo, los glaciares y lagos cristalinos narran cuentos de pureza, y los ríos vigorosos, junto a campos en terrazas y valles floridos, celebran la vida en cada esquina.
El norte se erige con orgullo en las alturas del Himalaya, mientras que el corazón de Bután palpita en valles templados, y su alma tropical descansa en el sur. Este reino, que abrazó el mundo exterior apenas hace unas décadas, conserva su esencia en una cultura vibrante, donde la felicidad es la medida de toda riqueza.
En octubre, la vida butanesa se adorna con el Tsechu, un festival que hace eco a través de los valles en honor a Guru Rimpoché. Este es el momento donde el Thimphu Tsechu despliega un tapiz de devoción y tradición, invitando a todos a ser parte de una danza celestial de fe y comunidad, vestidos en la elegancia de sus Gho's y Kira's.
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