Durante el álgido agosto, el archipiélago japonés se transforma en un escenario de intensidad veraniega, ofreciendo a sus visitantes un mosaico donde el intenso calor se funde con una atmósfera cargada de humedad, delineando así el telón de fondo para una travesía memorable.
Osaka extendiendo sus brazos de metrópoli, para luego dejarnos llevar hacia la nostálgica Nara. Nuestro camino se enriquece aún más al descubrir los encantos de Ise y Nachi, ascendiendo posteriormente hacia la divinidad de Koyasan. Kyoto nos aguarda para desvelarnos sus enigmas ancestrales, antes de entrelazarnos en la trama que tejen Kobe y Himeji. Desviándonos hacia Tokushima, nos dejamos seducir por el Awa Odori, para después zambullirnos en la calma de Okayama y Naoshima. La narrativa de Hiroshima nos conmueve con su llamado a la paz, y Nagoya sirve de preludio a la esencia campestre de Shirakawago y Kanazawa. La historia se hace presente en Takayama, Tsumago y el Lago Suwa, que nos conducen por senderos de espiritualidad hacia Hakone. Como acto final, Kamakura y Yokohama nos guían a Tokio, donde las jornadas finales nos instan a explorar, meditar y fantasear, antes de emprender el vuelo de regreso, impregnados del espíritu inmarcesible de Japón, incluso bajo el ardiente sol de agosto.
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