Los traqueteos y frenazos del tren me despiertan, han pasado 23 años y de nuevo me encuentro camino de oriente.
Para mí, este viaje es un volver y las imágenes del pasado se van mezclando con el presente. Ahora, medio somnoliento aún, van pasando por mis sentidos los colores rojos de las montañas Taurus. Hemos disfrutado de unos días mágicos en unas montañas casi irreales. Entre tanto, amanece y descubro que vamos circulando junto a un gran río. Se trata del Eúfrates, el histórico curso de agua que nace en las montañas turcas y que tras unirse al río Tigris va a regar los desiertos de Irak. Muy cerca de aquí, el Viejo Testamento sitúa “El Paraíso”, el inicio de las civilizaciones, la cuna del mundo… Hoy, muy cerca de aquí reina el desastre. En esos pagos la Biblia fijaba el lugar donde se encontraba Babilonia. Bab Ilu significa la “Puerta de Dios”. En aquélla época el látigo de los profetas Moisés, Daniel, Isaías, Jeremías, descargó con furia sobre esta ciudad que, según el Apocalipsis “iba vestida de lino finísimo y de púrpura y de escarlata y cubierta de oro y piedras preciosas y de perlas”. Pero era también “madre de todas las rameras y de todas las abominaciones de la Tierra”. La maldición de Isaías (14, 22-23) se ha cumplido al pie de la letra: “y me levantaré contra ellos, dice el Señor, y destruiré el nombre de Babilonia y los vestigios, y el retoño y el linaje. Y la tornaré en posesión de erizos y en charcos de agua y la barreré con escoba de destrucción”. Entonces, parte de aquel “paraíso”, y más por los avatares del clima que por las maldiciones bíblicas, se convirtió en un caluroso desierto. Varios siglos más tarde los tiranos locales con la ayuda de sus homólogos occidentales se aprendieron de memoria aquéllos textos y se afanaron en terminar “el trabajo” de los profetas. Sin duda, y por lo que sabemos, una “misión bien hecha”. El viajero, no sin rabia, hubiera preferido que en aquéllas tierras hubieran seguido campando las “rameras y las abominaciones”. El tren sigue su lento deambular a través de este idílico valle, como un gusano gigante que se desplaza torpemente a través de la tierra. Va cruzando villorrios y bosquetes de chopos que ponen una nota de frescor en el paisaje tostado. Nos espera el monte Ararat, pero esto es ya otra historia.
Este de Turquía, cerca de Erzurum. Septiembre de 2006.
© Faustino Rodríguez Quintanilla, texto y fotos.
(Cuando reescribo el presente texto el “paraíso” sigue sumido en el desastre, el caos y la barbarie. Agosto 2014).
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