Quijarro es “the absolut the end”, como dirían algunos británicos, para señalar irónicamente, “el final de todo”. Una ciudad a la deriva en la frontera de Bolivia con Brasil, un lugar remoto, lejos de cualquier sitio, un lugar para no caerse ni muerto (anoto en mi diario).
Abrir los ojos a la nueva mañana, salir de tu habitación a la luz de los trópicos, al olor a plantas dulzonas y a café recién hecho es una buena forma de entrar en ambiente. Hemos quedado con el señor Jairo, uno de los primeros guías de Ciudad Perdida.
Llevábamos varios días navegando por el Amazonas, en los territorios de la “Triple Frontera”, la zona geográfica donde se unen Perú, Brasil y Colombia. Nuestra embarcación a la que habíamos bautizado con el nombre de “Jacaré del Amazonas” se deslizaba plácida por las zonas más remotas del río.
Navegamos río de arriba de la cabaña Sacambú. Grandes nubes algodonosas que escalan hacia el azul. Algo te dice en tu interior que detrás de aquélla curva del río va a aparecer algo diferente, una ciudad, un pueblo, quizás un puertecillo…, pero llegamos y aparece a lo lejos otra curva más, selva y más selva, árboles musculosos y gigantes como titanes, lagunas escondidas y una maraña que parece querer engullirte.