Aquella mañana habíamos partido de Lalibela para adentrarnos en el macizo de Abune Youssef.
Además de nosotros dos, nuestra comitiva estaba compuesta por nuestro fiel guía Moses, el arriero Aweke y dos burritos para llevar el equipaje durante varios días de travesía. Adentrarte en las tierras altas de Etiopía es adentrarte en el túnel del tiempo. Ya no hay carreteras de asfalto ni de tierra, tan sólo senderos y caminos para arrieros. En las zonas medias de la montaña vamos atravesando pequeñas aldeas y encontrándonos con un variopinto personal que camina hacia el mercado semanal. Ataviados con su “gabis” de color crema o vestidos en muchas ocasiones con harapos se cruzan en nuestro camino, emitiendo siempre una reconfortante sonrisa. En la medida en la que subimos las aldeas van quedando atrás, estamos muy altos, a casi tres mil metros del altura y el paisaje se presenta bucólico y suave, con altas nubes algodonosas colgando del cielo. Los cultivos presentan tonos ocres propios del final de la estación y algunos pastorcillos cuidan de sus escasos rebaños. No pasan muchos forasteros por aquí y todos salen a nuestro encuentro. En una de las paradas me llama la atención un joven pastor recostado sobre un muro de piedra. Enfundado en su “gabi”, al abrigo del incipiente fresco de la tarde, se entretiene con la lectura. Muy lejos de todo, intentando conocer el mundo más allá de su terruño, me sorprende y me emociona la imagen de este lector de las tierras altas.
Macizo Abune Youssef. Etiopía. Noviembre 2014.
Jerez, Abril 2017.
© Faustino Rodríguez Quintanilla, texto y fotos.
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