
Hacer un viaje de raquetas de nieve es una forma diferente de descubrir la montaña. No se trata de velocidad ni de técnica, sino de caminar con calma, avanzar sobre nieve virgen y moverse por lugares que en verano serían inaccesibles. Es una experiencia tranquila, y a la vez muy sensorial: el silencio, el crujir de la nieve, el frío seco del invierno y la sensación de estar dentro del paisaje.
Para entender cómo se vive un viaje así, basta con mirar tres escenarios donde la experiencia cambia según el entorno: Bulgaria, Eslovenia y los Alpes franceses.
Bulgaria: caminar entre bosques y valles invernales
En Bulgaria, la experiencia empieza en las montañas de Vitosha y Rila. Los bosques son profundos y la nieve suele ser abundante. Con las raquetas puestas, se avanza por senderos anchos, entre abetos cargados de nieve y zonas más abiertas con vistas hacia valles blancos.
Las rutas no son largas, lo que permite avanzar sin prisas, hacer fotos y disfrutar de la sensación de caminar sobre un terreno mullido. En Rila, la subida hacia zonas como los Siete Lagos ofrece la experiencia de ver cómo cambia el paisaje: primero bosque, luego laderas más abiertas y por último un circo glaciar completamente blanco.
Además del paisaje, en Bulgaria se vive otro tipo de contraste: tras las rutas frías de la mañana, es habitual terminar el día en pequeños pueblos donde la vida sigue su ritmo habitual, o incluso en piscinas de aguas termales, algo muy habitual en la zona.
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Eslovenia: tranquilidad entre bosques y valles amplios
En Eslovenia, la vivencia es más suave. Los Alpes Julianos no son tan extremos como los Alpes franceses, pero sí lo bastante altos como para tener paisajes amplios y muy limpios.
En lugares como Pokljuka, se camina por un bosque muy bien conservado. Aquí la experiencia con raquetas es rítmica: nieve firme, senderos amplios y un paisaje que transmite calma. En el valle de Tamar, los kilómetros se hacen casi sin esfuerzo porque se avanza entre paredes de montaña que acompañan todo el recorrido.
Eslovenia aporta también un ritmo de viaje muy particular: tras una mañana de actividad, muchas personas dedican la tarde a descansar en piscinas climatizadas o simplemente a pasear por pueblos como Bled, donde el lago permanece en silencio durante el invierno. La sensación es la de un invierno amable, pensado para caminar sin prisas.
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Alpes franceses: la sensación de estar en la montaña “mayúscula”
En los Alpes, la experiencia es distinta. La presencia del Mont Blanc cambia la escala de todo. Con las raquetas de nieve uno avanza por bosques y laderas, pero siempre con grandes cumbres alrededor.
Una ruta sencilla, como la del Lac Vert, permite experimentar lo que es caminar entre árboles altos y llegar a un lago helado que en verano es completamente diferente. En otras rutas, como Le Prarion o el Vallon de Bérard, la sensación es más alpina: panorámicas muy amplias, valles largos y la impresión de estar en un escenario más grande.
La nieve en esta zona suele ser más estable y más abundante. Se camina sobre un terreno más frío, más “seco”, donde cada paso suena distinto. Al terminar las rutas, el ambiente de Chamonix contrasta con el silencio de la montaña: cafeterías, tiendas, montañeros, teleféricos… otro tipo de energía.
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Un viaje de raquetas de nieve es una experiencia pausada. No es un reto deportivo ni una carrera: es moverse dentro del paisaje, sentir el invierno desde dentro y disfrutar de una actividad que permite que cualquier persona amante del senderismo pueda vivir la montaña invernal sin complicaciones.