Bajo el volcán

El señor Nuccio, amable anfitrión del alojamiento en Linguaglossa, nos desea suerte en nuestra ascensión y nos ofrece una botellita del licor “Fuocco del Etna”.

 "Llevénsolo, lo van a necesitar", nos dice. Horas más tarde estábamos en las inmediaciones del Refugio Sapienza, sobre los 1.900 metros. Hasta este lugar llega el telecabina. La anterior erupción del Etna se llevó parte de lo que aquí existía, pero han vuelto a construir otro. Hasta que el volcán vuelva a vomitar sus escorias sobre los hierros y las cabinas y los vuelva a convertir en chatarra, reclamando un territorio que le pertenece.

Temido y amado, el volcán es nieve y fuego, vegetación exuberante y lava negra, una pieza fundamental en la configuración del paisaje de Sicilia. La mitología se ocupó siempre del volcán y todos los viajeros, desde la antigüedad, se sintieron atraídos por el Etna. Patria de cíclopes capaces de arrojar rocas al mar, fragua de Vulcano, morada del gigante Tifón y de Adramos. Dada la fertilidad de los suelos que lo rodean, propiciados por los miles de años de depósitos de lava y cenizas, bajo el volcán se concentra la mayor densidad de población de toda la isla. Hasta la cota de mil metros encontramos feraces huertos, árboles frutales y extensos viñedos. A partir de ahí surgen los grandes bosques de pinos, de hayas, de abedules, impensables en este rincón tan al sur. Un poco más arriba, los campos de lava, los cráteres, las coladas, galerías y un paisaje convulsionado nos muestra la cara más salvaje del volcán.

Comenzamos a caminar entre las cenizas en un paisaje que nos transporta a un mundo primigenio. El negro de la lava contrasta con los neveros invernales y la nieve recién caída. Vamos ganando altura y rodeando cráteres auxiliares. De cuando en cuando echamos una mirada a la cima y vemos como expulsa grandes fumarolas que empiezan a confundirse con nubes que llegan ahora a lo más alto. Paramos a tomar aliento en el lugar conocido como “Torre del Filósofo” y comenzamos a distinguir las numerosas “bocas” que conforman el cono final: el cráter Se, la “Bocca Nuova” (3.260 m.), las “Bocca Central” (3.247 m.) y en el medio un paisaje dantesco conocido como “La Vorágine”.

Nosotros alcanzamos la “Bocca Nuova”, el resto de los cráteres están en activo. Hace frío y viento y grandes nubarrones se apoderan de la montaña conformando un paraje espectral. Por fin alcanzamos la “Bocca”, pero estamos envueltos en una mezcla de gases y de agua. No vemos nada. De pronto, el viento cambia y lanza una bocanada de azufre hacia nosotros que nos impide respirar por unos momentos. Un momento que parece eterno, sin aire que llevar a los pulmones. Es uno de los peligros del Etna. Afortunadamente han sido sólo unos segundos. No es recomendable permanecer más tiempo aquí. Por fin, cuando nos disponemos a bajar y tan sólo por unos instantes se abre un claro que nos asoma al “Averno”, a la “Puerta de los infiernos” de nuestros antepasados. Ahora, comienza a nevar con fuerza. Mi compañero, por sorpresa, saca de su mochila el “Fuocco del Etna”. "Esto hay que celebrarlo", me dice.

Volcán Etna. Sicilia 2006.

© Faustino Rodríguez Quintanilla, texto y fotos. Jerez, septiembre de 2015.

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