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Boca del Cielo, David el barquero y la madre que lo parió...

Boca del Cielo, David el barquero y la madre que lo parió...

Boca del Cielo podría ser algo parecido al paraíso. Desde Tuxtla Gutiérrez un bus que parece una cafetera nos ha llevado hasta Tonalá, atravesando la llamada Sierra Madre de Chiapas, y desde aquí por Puerto Arista alcanzamos Boca del Cielo, un ribazo de cuatro casas a orillas del Océano Pacífico.

Al poco se nos acerca, andando con un cierto balanceo, un tipo orondo como un barril. Nos ofrece alojamiento en la “Palapa” de su “mamá”. La palapa se encuentra en una pequeña isla o estero, entre el Caño de San Francisco y lo que aquí llaman el “Mar Vivo”, la mar abierta al océano. En la barca cruzamos el caño y nos recibe la señora Juana con los brazos abiertos. La palapa consta de varias cabañas de madera, unos catres con mosquiteros agujerados y cubiertas con techos de caña y hojas de palmera, un WC. en el suelo y como estancia común, algo parecido a un restaurante. No hay luz eléctrica pero sí cientos de palmeras y toda la playa para ti. David se ofrece, por unos cuántos pesos, a llevarnos en la barca a recorrer el caño y explorar los manglares. Al aire fresco que corta la barca bajo el sol tórrido del Trópico escucho a David contar una historia detrás de otra. Como muchos mejicanos es un auténtico charlatán. –Tengo dos mujeres ¡mi hermano!, estoy un rato con una y otro rato con la otra. Acá en Chiapas esto es así ¡mi hermano! Tenía 14 años cuando me casé, ahora tengo mi mujer, un hijo de 15 años, una chica de 10 y un chamaquito de 2 añitos… y mi “pasajera”, para que me relaje y me cuide (con el término “pasajera” se refiere David a su “querida”). Yo con 13 años pescaba tiburones de 2 metros, exclamaba orgulloso David. Intenté irme de ilegal a Phoenix pero el “mujeraje” me pierde y me quedé aquí. A veces salgo al Mar Vivo, tras la “bocabarra” y en alta mar me paso varios días en busca del tiburón y del marrajo.

Horas más tarde, al fresco de la noche, tomábamos unas cervezas viendo el reflejo plateado de la luz de la luna sobre el caño. La señora Juana acababa de prepararnos un excelente pescado que nos lo sirvió la pequeña Heidi. Poco después, la señora Juana, a la luz de las velas se afanaba en enseñar a leer a la pequeña Heidy. –¿Es su nieta, verdad?, –le pregunté. –Sí señor, es como si fuera mi hijita, está conmigo desde bien pequeñita. Es un revoltillo señor. Pero yo apenas puedo ayudarle, casi no entiendo los deberes del colegio. Al poco llegó David acompañado de su hermano Toño, el “papá” de Heidi, otro bigardo de más de 120 kilos. Los dos llegaban bien “chelados” o “mamados”, como en México llaman a los borrachos. Nos dieron la mano y se sentaron con nosotros. Apenas balbuceaban y las palabras se le atolondraban al salir de sus escasos cerebros. Al poco se marcharon pidiendo una cerveza a su santa madre. La señora Juana me miró con cierta resignación. Poco después los dos bigardos roncaban a pierna suelta en el chinchorro mientras la pequeña de Toño se afanaba en aprender cuatro letras.

Boca del Cielo podría ser el paraíso, cuando estas y otras mujeres de Méjico tomen las riendas de su país.

© Faustino Rodríguez Quintanilla, texto y fotos.
Costa del Pacífico (México), noviembre de 2015.
Jerez, julio de 2016.

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