Llevábamos varios días navegando por el Amazonas, atravesando los territorios de la “Triple Frontera”, la zona geográfica donde se unen Perú, Brasil y Colombia.
Nuestra embarcación a la que habíamos bautizado con el nombre de “Jacaré del Amazonas” se deslizaba plácida por las zonas más remotas del río. En el “Jacaré” llevábamos todo lo necesario para poder subsistir durante muchos días de navegación por los “caminos de agua” de estas junglas. La tripulación estaba compuesta por Evaristo, el “Capitán”, persona recia y enjuta que había echado los dientes en el territorio vecino de Putumayo, remota región donde campean las FARC (la guerrilla colombiana) y toda clase de narcos y malandrines. El segundo de la tripulación era su hijo Celso, al que bauticé como “Grumete”. Celso apenas tiene 10 años, un chico calladito, educadito y de sonrisa amplia. El “pasaje” los formábamos mi compañero Adolfo y yo mismo. Y al mando, el guía Joel, un criollo bajito y redondo como una polina, pero con el mapa de la selva en su cabeza y la fuerza de la anaconda en sus manos. La tarde caía plácida y el río se mostraba voluptuoso, como una gorda lombriz, trazando curvas sobre la selva. La tripulación y el pasaje dormitaban al fresquito del aire denso que cortaba el “Jacaré” y embriagados por los olores dulzones de la jungla cercana. Poco a poco la tarde se fue y con ellas llegaron los mosquitos para recordarnos que no estábamos en “Port Aventura” sino remontando el río Yavarí, uno de los grandes afluentes del Amazonas. La luna ilumina, ahora, el lecho del río y de las oscuras y misteriosas orillas surge un jolgorio tremendo de sonidos de pájaros y animales chillones. Nuestro “Jacaré” avanza por esa oscuridad, todo parece plácido pero Joel nos recuerda que es la hora en la que los traficantes de droga y los contrabandistas remontan río arriba hacia las tierras altas de Bolivia. – ¡Muchos no llegan “cuñao”!, me dice Joel, - se perderán en las ciénagas y en los caños oscuros de los ríos. Poco después, en medio de la noche oscura, unas lucecitas, como luciérnagas, ponen un poco de humanidad al salvaje entorno. Se trata, por fin, de la cabaña Sacambú, donde íbamos a pasar la noche. Cenamos la “pesca del día “con caldo y arroz y después caigo en la cama como un saco.
La mañana siempre es alegre y luminosa en la selva. Un buen café colombiano, el llamado “tinto”, me reanima. Aprovecho que Celso, el pequeño Grumete, está jugando conmigo para volver a insistirle en que escriba o dibuje algo en mi Cuaderno de Viaje. Por fin accedió. - ¿Y, que puedo pintar, señor? – Pues Celso, puedes pintar tu casa, la barca de tu padre, algo de tu pueblo… -Ah!, ya sé señor, voy a pintar el Paraíso . – ¿El paraíso, Celso?, le comento. – Síí, si señor, el Paraíso de Dios. Celso pintó en mi libro el dibujo que ahora reproduzco en la foto y que guardo como un preciado tesoro.
En el “paraíso de dios” de Celso no faltaba de nada: estaba su mundo, su mundo era el Paraíso.
TEXTO © Faustino Rodríguez Quintanilla
TERRITORIO DE LA TRIPLE FRONTERA (PERU, COLOMBIA Y BRASIL) NOVIEMBRE 2010