Karakorum Highway

A lo largo de 1.260 km una carretera inverosímil remonta el valle del río Indo atravesando la cordillera más alta de la Tierra y accede a la remota meseta del Pamir. Su construcción se considera una de las obras más audaces de la ingeniería, un itinerario “imposible” entre Islamabad y el extremo occidental de China. Su apertura exigió veinte años de trabajo descomunal y el dramático saldo de un trabajador muerto por cada kilómetro construido.

Habíamos partido desde la capital de Pakistán en un viaje que nos iba a llevar a recorrer toda la carretera y algunos de sus valles tributarios para, después, por el estratégico “Paso del Khunjerab”, a 5.200 metros de altura, acceder al Pamir. Además de la carretera, el principal atractivo es el recorrido, los lugares que íbamos a atravesar, verdaderos hasta hace relativamente poco tiempo, espacios en blanco en los mapas de la zona.

Aquel fue un viaje impresionante en todos los sentidos: la majestuosidad inabarcable del río Indo, río que da nombre a todo un continente, a veces de fluir pausado y en muchas ocasiones de corriente loca y tumultuosa, atravesando profundos y oscuros barrancos. Las imágenes descomunales de los grandes colosos del Karakórum, el Nanga Parbat, de más de ocho mil metros, el Rakaposhi, una cima de hielo moldeado por el viento. Relajantes oasis de montaña, villorrios perdidos, fortalezas medievales…, la vida en la carretera; caravanas de camellos, de mulas y burros, de viejos camiones vociferantes… que transportan mercancías. Mercaderes de otra época descansando en los charpoys de cáñamo bajo destartalados tenderetes o sorbiendo té, los humeantes samovares o las humaredas de las parrillas donde se asa la carne de cordero, las moscas revoloteando por todos los rincones de las chaikhana, las tradicionales “casas de té” que dan de comer y de beber a cientos de viajeros… De algunos de los valles surgen poderosos torreones que defendieron hasta hace poco reinos independientes como el Baltistán. Pueblos todavía guerreros e indómitos, encuentros con pistoleros y nómadas que, desde siempre desdeñaron a todas las potencias dominantes. Las tropas colonialistas británicas se cuidaron mucho de adentrarse en estos territorios donde en cada valle gobernaba un rey o una tribu diferente. Aquí el Imperio británico y sus estrategas fijaron lo que se conoció como “Big Game”, la última “gran partida” imperialista. Hoy, cien años después el imperio heredero de nuevo se ha estrellado en la zona y envía aviones no tripulados a masacrar las aldeas perdidas del Hindú Kush y del Karakórum.

  • La mirada penetrante de un obrero de “mantenimiento” te desarma por completo.
  • En muchas ocasiones la carretera se convertía en una pista de lodo y piedras…, donde coches, camiones y furgonetas se quedaban anclados…, entonces, la labor de ayuda solidaria de todos los viajeros hacia posible proseguir la ruta.
  • El joven y su fusil. Un “Far West” en este lejano oriente. La “protección” del Estado no llega a muchos rincones de la ruta y el espíritu defensivo y guerrero de estos reinos hacen que mucha gente vaya armada por los caminos.
  • Los olores de una entrañable panadería, el ambiente de una chaikhana llena de mercaderes y de moscas, los niños de una escuela perdida o el indomable curso del río Indo a través de las montañas…

Son algunas de las imágenes que reflejan diferentes instantes de la vida en la carretera tal como yo lo vi durante aquel periplo apasionante a través de las “entrañas de la Tierra”.

© Faustino Rodríguez Quintanilla, texto y fotos.

Pakistán, septiembre-octubre de 1990.

Jerez, octubre de 2013.

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