Quijarro es la “no man land”, “the absolut the end”, como dirían algunos británicos, para señalar irónicamente, “el final de todo”.
Una ciudad a la deriva en la frontera de Bolivia con Brasil, un lugar remoto, lejos de cualquier sitio, un lugar para no caerse ni muerto anoto en mi diario. Varias calles sucias y mal organizadas se extienden junto a unas lagunas y canales tributarios del río Paraná. Aparte de servir de frontera con Brasil y de tener un “Alto comando de la Armada Boliviana” -una Armada sin mar- aquí no hay nada más. El paisaje de los alrededores ha sido maltratado con saña, incendios, basuras, talas abusivas, sequías... Al medio día el sol cae a plomo sobre la ciudad fantasmal y acrecienta la sensación de abandono. Los pocos negocios crecen sin orden alrededor de las cuadras. Afortunadamente, el hotel Bibosi, en donde nos encontramos, es un pequeño oasis donde resistir. Pero bueno hay algo más, aquí llega el Expreso de la Ferroviaria Oriental, en donde hemos viajado más de veinte horas. Nos hemos acercado a la frontera con Brasil, a un kilómetro del centro del pueblo y hemos comprobado que está cerrada, es domingo y la frontera ha cerrado hasta mañana. Así que nos refugiamos del sol en el hotel. El río Paraná está cerca y no me resisto a conocerlo. A duras penas nos informamos sobre el lugar y en un taxi nos vamos al pequeño puerto militar de Tamarinero. Por fin nuestro espíritu y nuestros sentidos se relajan y entran en armonía con el paisaje que nos rodea. Varios grandes brazos de río y grandes canales tributarios del río Paraná forman una imagen bucólica y exquisita del Pantanal de Mato Groso. Miles de aves graznan y chillan cruzando constantemente los cielos azules de la tarde, algunas garzas reales pescan alegres en las orillas, y unos simpáticos charranes cortan el aire mientras unos chuchos sarnosos nos dan por el culo, como en casi toda Bolivia. Pasamos de ellos y seguimos disfrutando del paisaje sublime, la única concesión a la felicidad después de un tórrido día de investigaciones fronterizas, sorteando a pillos y a malandrines de toda ralea. La música melosa y estridente de un bar militar cercano no le quita encanto al sol poniente. Unos vaqueros se lanzan a cruzar el río, las vacas llevan el agua al cuello y a los caballos por el lomo formando una imagen hermosa del Pantanal. El cielo se torna rojizo y después turquesa y azulado antes de que la noche llegue un día más al río, con ella llegan millones de mosquitos para recordarte que aquí los paraísos no existen.
PUERTO QUIJARRO, BOLIVIA. OCTUBRE DE 2012
© Faustino Rodriguez Quintanilla, texto y fotos.
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