Siempre me han llamado la atención las puertas de algunas de las casas de las villas y pueblos del Atlas.
Son cientos las duares y aldeas que se reparten por la cordillera Atlante. Pueblecillos y villorrios pegados al terruño, algunos de ellos muy pequeños, apenas cuatro casas pertenecientes a varias familias. Otros, de mayor tamaño presididos por la torre de la mezquita o por el Ksar medieval, castillo de reminiscencias feudales que tenía como función defender el territorio y servir de almacenamiento del preciado grano en épocas convulsas. Al mismo tiempo, siempre, también me llamó poderosamente la atención la extraordinaria austeridad de estos pueblos y de sus casas. Apenas una mínima concesión al refinamiento, las casas, extremadamente austeras, tanto en el exterior como en el interior, con muy pocas concesiones incluso a un mínimo confort. Las construcciones de adobe son por lo general de una o a lo sumo dos plantas. Algunas, las más grandes, disponen sus habitaciones alrededor de un pequeño patio que sirve para el trasiego de personas y animales, secar la cosecha o sentarse al sol. Las habitaciones, con pocas ventanas y oscuras por lo general son sumamente espartanas. Una cocina, generalmente con un horno situado en el mismo suelo, sin poyetes y en los últimos años alguna bombona de gas butano. Algunos utensilios para cocinar, la consabida tetera, una olla para el cuscus y una bandeja redonda para servir, poco más. Junto a la cocina, algún cuarto con alfombras en el suelo hace de dormitorio, a veces de la pared cuelga una foto con la imagen de “La Meca” y en ocasiones algún calendario con la foto de un paisaje “alpino”. A su lado una sala un poco más amplia, también con el suelo cubierto por alfombras y en algunos casos con divanes o cojines que se disponen alrededor. Lugar que sirve de sala de estar e incluso también dormitorio y en muchos casos como habitación de “invitados” cuando llega gente como yo. Por ello, por la escasa concesión al refinamiento que la mayoría de los bereberes han dado tradicionalmente a sus moradas, siempre me llamaron la atención muchas de las puertas de las casas; algunas por supuesto muy austeras, como podéis ver en las fotos, pero otras, fabricadas tanto en materiales como madera o en otros metálicos y más modernos, las han decorado poniendo un poco de color al ocre de la villas. Aquí tenéis una pequeña selección de fotos que he venido realizando en mi deambular a pie por estos pueblos, acogedores por lo general e íntimamente unidos a mi existencia.
© Faustino Rodríguez Quintanilla, texto y fotos.
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