En 1986, uno era, como escribiera Gabriel García Márquez, “feliz e indocumentado”.
Aquel año, un frío mes de Febrero, nuestro “R-4”, el popular “cuatro latas”, recorría libre los desiertos del Sahara. Navegábamos entre mares de dunas, planicies calcinadas, montañas negras de basalto… por algunos de los lugares más alucinantes del Sahara. Llegamos muy al sur, a la mítica Tammanrraset, a los pies del Hoggar, esas fascinantes montañas que emergen como espectros sobre las arenas saharianas. Recorríamos una ruta caravanera por excelencia, en una de las encrucijadas de las grandes rutas africanas. En aquel viaje y ya de vuelta me ocurrió una de las cosas más rocambolescas que he vivido, fruto de ese mundo complicado de las fronteras, siempre caprichosas, siempre odiosas, nunca amables. Nos encontrábamos en el suroeste de Argelia, en el puesto fronterizo de Beni Ounif con Figuig, en Marruecos. La policía argelina revisa extrañada nuestra documentación pues no cruzan muchos viajeros por allí. Tras conseguir nuestro sello proseguimos por una zona de “tierra de nadie”, una franja amplia de terreno que separa los dos países en una zona donde la raya fronteriza siempre ha estado en litigio entre los dos Estados. La franja es un bello oasis repleto de feraces palmeras y pajarillos cantores, que no entienden de líos humanos. Llegamos al lado marroquí donde nos recibe un casucho que acoge las dependencias de aduana. Los policías marroquíes, tremendamente ociosos, esperaban distraerse un poco con nosotros. "¿Carta Verde?", nos pregunta el aduanero, haciendo referencia al seguro internacional del vehículo. "La tenemos caducada, le comento, queremos comprar una aquí para atravesar Marruecos". El aduanero pone cara de circunstancias y le veo también cierta satisfacción en su rostro; ¡tiene un problema con nosotros! "Aquí no es posible", nos dice. "En esta aduana no tenemos Carta Verde, ese documento sólo se puede comprar en las aduanas del norte". "¿Del norte?", le pregunto con voz temblorosa. "Sí, del norte", me vuelve a contestar. "Pero señor, ¡esa frontera está a mil Km de aquí!", le digo poniendo cara de tonto. Esa cara de tonto que siempre me fue bien en todas las temidas fronteras por las que he pasado. "Ustedes no pueden pasar por aquí", nos espetó el gélido policía marroquí. No teníamos alternativa, no podíamos entrar en Marruecos por el sur, tendríamos que volver a territorio argelino y continuar por su territorio hacia el norte. Era ya noche cerrada y temerosamente regresábamos por la “tierra de nadie” hacia Argelia.
En medio de la oscuridad unas luces mortecinas nos avisan de la presencia del puesto. La policía nos da enérgicamente el alto. Los guardias han cambiado y ya nos están los que nos visaron esta tarde el pasaporte. El nuevo policía nos pide el documento, "¿dónde está el sello de salida de Marruecos?", nos pregunta enérgicamente. Vuelvo a poner cara de tonto. "No tenemos sello de salida, señor, no hemos entrado en Marruecos, tenemos un problema con la Carta Verde y no hemos podido entrar". "Pues si salieron de Argelia y no han entrado en Marruecos, ustedes están en “tierra de nadie”, ustedes no pueden entrar en Argelia". Nuestras caras de tontos pasaron a caras de estupefacción. Estábamos muy cansados, era ya muy tarde y las negociaciones con la policía argelina no daban resultados. Estábamos en “tierra de nadie”, esa extraña franja de terreno en donde eres un indocumentado total. Tras varias horas, el que parece el jefe hace una llamada. Lo escucho hablar en árabe y no entiendo nada pero algo me hace intuir que está hablando con alguna lejana autoridad. El policía, con las manos pringosas del cuscus de cordero que está engullendo a la vez que habla, cuelga el teléfono. Se hace el silencio, nos mira de arriba abajo mientras termina de hacer una bola de sémola con sus dedos grasientos y se la lleva a la boca. Aún con restos de carne entre los dientes y bolitas de cuscus por los labios, nos dice: " Tendrán que pasar la noche aquí, mañana el comisario jefe vendrá a la aduana y les firmará un salvoconducto". Con ello, podrán volver a entrar en Argelia. El policía parecía complacido, no sé si porque estaba repleto de comida o porque ahora podría descansar. Ya tranquilos, salimos a la puerta del casucho, a recibir el frescor del oasis, escuchar el canto de los grillos y disfrutar del cielo estrellado. Mientras, abrimos las dos últimas latas de sardinas y mojábamos en aceite el pan venteado que junto con un poco de vino que nos quedaba nos supo a gloria. Tirados allí, en “tierra de nadie”.
Argelia, Febrero de 1986.
© Faustino Rodríguez Quintanilla, texto. Jerez. Septiembre 2015.
© Fernando Tenorio Sánchez, fotos.
Dedicado a mis amigos y compañeros de aquélla aventura. Mariano Villalba Pinilla y Fernando Tenorio Sánchez. Un increíble viaje, de los de antes. Ahora no es posible vagabundear por el Sahara que nosotros vivimos.
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