Ramena apenas tiene una calle de tierra flanqueada a ambos lados por dos hileras de casuchos, un hotelillo para trotamundos y varios chamizos al lado de la playa en donde sirven cervezas frías y pescado a la brasa.
Habíamos llegado hasta aquí buscando los paisajes más salvajes del norte de Madagascar. Gerardo, nuestro guía en la zona es el prototipo de “rastafari”. Enjuto de puro nervio, con gafas negras, pelusas en la cara a modo de barba y por supuesto largas rastas, porta una camiseta con la figura del “Che Guevara”, de modales tranquilos y con un inconfundible toque “hippy” abrasado por el sol de los trópicos. Disfrutamos con Gerardo y sus explicaciones en una caminata que enlaza las llamadas “tres bahías” de Ramena. Gerardo nos habla de hija pequeña y nos dice que su mujer está embarazada de mellizos. Nos enseña su casa, vive con su familia entre cuatro paredes hechas con tablones y un tejado de lata. Aquí vivo bien Faustino, me dice, me gusta la tranquilidad de Ramena. -No me gusta la gran ciudad, refiriéndose a “Diego Suarez”, la pequeña capital de la zona, con poco más de cincuenta mil habitantes. –No hay mucho que hacer en Ramena, señor Faustino, pero aquí me gano algo de dinero haciendo de guía y también, algunas veces, me enrolo en los barcos de pesca españoles que llegan al puerto de “Diego”. Y, ¿qué tareas haces?- le pregunté curioso. –Pues pinto, limpio, hago acarreos, lo que me manden, señor. ¿Son buena gente los españoles?- si señor, me dijo. ¿Y, cuanto te pagan? – A mi “sindicato” le pagan 10 Euros y a mí el “sindicato” me da 7 Euros al día. ¿Y qué hace tu “sindicato” con los 3 Euros?, le pregunté. No lo sé Faustino, me dijo con cara de resignación, es el “sindicato”.
Le invitamos a almorzar en un barecillo de la playa, tomamos excelentes gambas a la plancha y un “Peroque” a la brasa, uno de los mejores pescados que he comido en mi vida. La tarde caía plácida y después del almuerzo y las cervezas veíamos la tierra rodar desde nuestro chamizo, sobre el horizonte casi infinito del océano Índico. Unos niños jugaban al fútbol en la playa formando una gran algarabía y los barcos de vela latina regresaban al pequeño embarcadero recortándose sobre la gama de colores del sol poniente. Un día más estaba pasando en Ramena. La tarde dulce del trópico estaba dejando paso a la noche oscura. Miré al bueno de Gerardo, comprendí porque le encantaba su pueblo, pero pensé que en este mundo hay demasiados “sindicatos” como el suyo.
Ramena, costa norte de Madagascar. Octubre 2017.
Jerez, Noviembre 2017.
© Texto y fotos: Faustino Rodriguez Quintanilla
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