Es en los zocos rurales donde, con frecuencia regular, acuden los montañeses a vender, trapichear, solicitar crédito, toma el té, orar juntos u obtener satisfacción a sus querellas.
El morabito del santo cheik, que protege y da baraka, símbolo de un Islam más heterodoxo de lo que quisieran los ulemas de las ciudades, lo preside todo. El zoco del Rif era y es también un lugar donde dirimir las pasiones humanas. Es sitio, asimismo, donde se intercambian noticias y el rumor se amplifica. Y en torno a él la vida montañesa alcanza densidad societal. Cuando el viajero pasa por el Rif o por cualquier otro zoco rural del Magreb, un profundo olor a carne asada y a especias lo envuelve. A veces un carnicero sacrifica ante nuestras narices un cordero que lo vende semimuerto aún. Cruce de caminos entre la vida y la muerte, el zoco es la parte más humana de la existencia. En Marruecos, hace unos años, me ironizaban con la crisis económica que vive el mundo occidental. ¿”Que crisis”?, “nosotros no lo hemos notado en los zocos”. Ciertamente, el zoco, basado en lo directo de las transacciones, es garantía de que estamos vivos. De que la economía moral sigue prevaleciendo en amplios lugares del Planeta y en particular en el Rif.
Texto y fotos © Faustino M. Rodríguez Quintanilla.
Marruecos, Febrero 2019.
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