Pocos lugares en la Tierra son tan impresionantes y desolados como los desiertos y salares de Atacama.
La extrema sequedad, la altitud y el mundo de volcanes que lo rodea han propiciado un paisaje único. Aquélla fría mañana Pablo, un guía chileno, nos llevó en su 4x4 hasta la “laguna lejía”, a los pies del volcán Lascar, uno de los muchos conos que emergen sobre estas soledades y que alcanza los 5.592 m. Nos disponíamos a ascender a todo lo alto. Desde las proximidades de la laguna comenzamos a caminar. Un fuerte y gélido viento no invita a ello pero no puede con nuestras ganas. Subimos lentamente, a veces en zigzag y otras torpemente a través de las escorias y cenizas. El viento levanta un fino polvo que nos azota la cara. Aunque estamos bien aclimatados la altura se siente y la cabeza funciona como un corcho. Por fin, alcanzamos el cráter y miramos hacia el “averno”, cientos de metros más abajo, los gases se revuelven en la barriga del coloso y huele a azufre y a otros elementos. Unos metros más y estamos en la cima, a más de cinco mil quinientos metros. Un abrazo, unas fotos y el frío nos echa sin miramientos. Bajamos y bajamos, deslizándonos entre los finos guijarros de lava. Poco a poco la mente se esparce y los efectos de la borrachera de altitud y gases desaparecen. Ahora estamos disfrutando de nuestro paisaje y ¡vaya paisaje!
Desierto de Atacama. Octubre 2012.
Jerez, Abril 2018.
Texto y fotos. © Faustino Rodríguez Quintanilla
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