Ponemos rumbo a Theth, el escondido y remoto valle de Theth.
A la altura de Kkoplic nos desviamos por intuición ya que no encontramos señales hacia las montañas ni hacia la aldea a donde tenemos que llegar, la pequeña población de Boga. El paisaje es muy hermoso, campos de labor y pastizales, rodeados de sotobosque. El horizonte nos lo cierra un colosal farallón de montañas grises y verdes. Se trata de las montañas de Thetis, un ramal de la cordillerade los Balcanes. Apenas encontramos tráfico, pasamos por varias aldeas y por pequeños y solitarios cementerios cristianos, de seguro que en esta zona ahora hay más muertos que vivos. Por fin llegamos a Boga. Aquí termina la carretera asfaltada y comienza la pista de tierra que se dirige al valle de Thetis recorriendo 30 sinuosos kilómetros, atravesando el “Cafa e Terthores”, el “Paso Diagonal”, puerto situado a 1.630 metros, para bajar al universo de Thetis. La autora Edith Durham visitó la zona en 1908 y escribía: “la vida en Thetis era fascinante, me olvidé del resto del mundo y… no se me ocurría ninguna razón para volver jamás”. Hoy no ha cambiado mucho, algunas casas están preparadas para recibir a viajeros y excursionistas y tienen duchas e inodoros al estilo occidental, hay un pequeñito café y una tiendecilla…y poco más. Esta parte de las montañas de Albania es católica mientras que al otro lado, en Tropoja, son musulmanes. La región es tan remota que los otomanos no se molestaron en llegar hasta aquí, por lo que los habitantes de Thetis no tuvieron que someterse al Islam. Aquí, los Balcanes se nos muestran en todo su esplendor. Es fácil comprender ahora el llamado “laberinto de los Balcanes”. Un laberinto que ha propiciado años de aislamiento, de enfrentamientos y de guerras entre pequeñas repúblicas aisladas en mínimas partes de territorio.
Nosotros, en nuestra “exploración” particular, hemos decidido llegar caminando a Tethis. Unos paisanos sonrientes que están sembrando papas nos saludan. -¿A dónde van?, nos preguntan chapurreando el italiano. – A Thetis, les decimos. –Pero, ¿Por qué caminan? – pasarán furgonetas, -¿Cuándo?, -preguntamos. –Quizás en una hora, o en dos…, o tal vez mañana. Después de varias horas de caminata, disfrutamos de la tarde espléndida bajo las sombras de las hayas. Al poco, avistamos las primeras casas del “valle feliz”. En una de ella nos ofrecen café, el tradicional “café turco”, espeso y áspero. De un pequeño transistor surgen finas melodías orientales, la tradicional música albanesa; ritmos que nos transportan a mundos lejanos. Entonces, aquí, en este rincón perdido, de repente te sientes a gusto y te es difícil pensar que estás sobre un trozo de territorio en la vieja piel de Europa.
Texto y fotos © Faustino M. Rodríguez Quintanilla.
Albania. Junio 2011. Jerez, Junio 2019
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