Los últimos días de Agosto los he pasado en Eslovenia, acompañando a un grupo de ALVENTUS&AÑOSLUZ.
La mañana está azul y el sol invade el pequeño cementerio de Macugnaga, bajo la impresionante cara sur del Monte Rosa, mientras paseo entre lápidas y tumbas.
Habíamos hecho escala en Kayseri, importante e histórica ciudad de Anatolia, cruce de caminos y de antiguas caravanas en las rutas de oriente. Como muchas ciudades turcas, el desarrollo mal entendido ha aniquilado casi todos los restos de antigüedad.
"¡Piiiiiiiiii, piiiii!i", el silbato del tren, que nos alerta del comienzo de la marcha, me transporta de repente a otra época, al igual que los olores que resume la vieja estación de Viseu de Sus, olores a carbonilla, a humazos, a traviesas embadurnadas de brea, olores a muebles viejos, a humedades relictas…
Cuando preguntaron a Edmund Hillary, el primer hombre (junto con el Sherpa Tenzing Norgay) que alcanzó la cima del Everest: –¿Por qué subió usted al Everest? –El afamado alpinista contestó, quizás probablemente cansado de tan prolijas averiguaciones: –"Pues, porque está ahí".