Nos espera el tren, el expreso de la Compañía Ferroviaria Oriental, 20 horas de trayecto desde Santa Cruz de la Sierra, en Bolivia, hasta la frontera con Brasil.
Flotando en la inmensidad del océano Atlántico y a la altura más o menos de Senegal, frente al continente africano, se encuentra el Archipiélago de Cabo Verde.
Lalla Fatma, la enjuta, menuda, risueña y enérgica mamá de Ibrahim, me acaba de servir el desayuno; aceite de oliva, mantequilla, aceitunas negras y una humeante hogaza de pan recién sacada del horno de barro.
Quijarro es la “no mans land”, “the absolute end”, como dirían algunos británicos, para señalar irónicamente, “el final de todo”.
A lo largo de 1.260 km una carretera inverosímil remonta el valle del río Indo atravesando la cordillera más alta de la Tierra y accede a la remota meseta del Pamir. Su construcción se considera una de las obras más audaces de la ingeniería, un itinerario “imposible” entre Islamabad y el extremo occidental de China. Su apertura exigió veinte años de trabajo descomunal y el dramático saldo de un trabajador muerto por cada kilómetro construido.