La primera vez que llegué a Katmandú, allá por 1985, el rey Birenda hacía poco tiempo que había mandado “limpiar” de “hippies” las calles de lo que se llamó el “Valle Feliz”.
Acabo de regresar del Atlas. Hemos despedido quizás las últimas nieves de la primavera atlante.
Nos alojamos en el Salette Hotel. La entrada tiene buena pinta pero un corredor largo nos va a depositar en el hotel más cutre en lo que llevamos de viaje.
Siempre me han llamado la atención las puertas de algunas de las casas de las villas y pueblos del Atlas.
“A decir verdad y pensándolo bien, su destino no era en realidad la Guayana venezolana, su auténtico destino era el país de las fantasías y de los sueños: ese lejano en concreto país al que todo ser humano aspira a llegar algún día.”